El cantante hizo vibrar los cimientos del recinto con sus clásicos, y regaló desde el principio temas como Quisiera ser, El alma al aire, Desde cuándo o Si fuera ella. Pero fue con Corazón partío cuando más vibró el Coliseo. Una pirámide latió sobre el escenario, emulando un corazón con sus destellos rojizos. También las letras de su nuevo disco, Sirope, se corearon con entusiasmo.
La locura se desató desde el momento en que salió al escenario. Nadie se quedó con las ganas de echar un piropo al aire, aprovechando un momento fugaz de silencio, porque todos estaban allí para profesar su amor al madrileño. Y es que él tampoco perdió oportunidad de demostrar a sus seguidores que son «el jardín» de su «alegría». El detallazo fue la bandera de Galicia que alguien le lanzó al escenario y que él colocó sobre el piano.
Después, su ironía con sus propios movimientos: «No sé qué ha pasado con mi carrera de danza», bromeó.
Desde el foso hasta la tribuna superior era posible ver brazos en el aire cada vez que el músico así lo pedía, tal y como presagiaba el cartel de completo en la puerta. Solo los mexicanos Maná han conseguido igualar tal proeza. La voz rasgada del cantante estuvo a la altura del largo espectáculo.
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